ANTISEMITISMO




Hace alrededor de 4,000 años Dios hizo una elección que ha afectado toda la historia subsiguiente. Buscaba a un hombre que cumpliera sus condiciones para que en última instancia se convirtiera en el canal de sus bendiciones hacia todas las naciones. El hombre que escogió se llamaba Abram (más tarde Dios cambió su nombre a Abraham).
El propósito de Dios al escoger a Abraham se desarrolla en Génesis 12:2-3.

 Es característico que las bendiciones y las maldiciones estén íntimamente asociadas. Dios pronunció cuatro promesas de bendición sobre Abraham:
  • "Te bendeciré".
  • "Serás bendición".
  • "Bendeciré a los que te bendijeren".
  • "Serán benditas en ti todas las familias de la tierra".
Sin embargo, intercalada en medio de estas bendiciones, hay una maldición:
  • "A los que te maldijeren maldeciré".

La adición de esta maldición tiene un propósito práctico importante. Toda persona sobre quien Dios pronuncie su bendición queda inmediata y automáticamente expuesta al
odio y la oposición del gran enemigo de Dios y de su pueblo: Satanás. Por paradójico que pueda parecer, la bendición de Dios provoca la maldición de Satanás, canalizada a través de los labios de quienes son controlados por Satanás. 

Por esa razón, cuando Dios bendijo a Abraham, añadió su maldición sobre todos los que pudieran maldecido. Esto significaba que nadie podía maldecir a Abraham sin atraer sobre sí la maldición de Dios.
En Génesis 27:29, cuando Isaac bendijo a su hijo Jacob, también extendió sobre él la misma protección que Dios había provisto originalmente para Abraham:
"Malditos los que te maldijeren, y benditos los que te bendijeren."


Más tarde, bajo la compulsión divina, Balaam pronunció una revelación profética del destino de Israel, exactamente opuesta a su intención original de maldecir a Israel. Parte de esta revelación, registrada en Números 24:9, repite las palabras ya pronunciadas referentes a Abraham y a Jacob: 

"Benditos los que te bendijeren, y malditos los que te maldijeren."

Tomadas en conjunto, estas Escrituras ponen en claro que tanto la bendición como la maldición originalmente pronunciadas sobre Abraham se extendían a sus descendientes, Isaac y Jacob, y de ahí en adelante, a las sucesivas generaciones de sus descendientes, a quienes hoy se conocen colectivamente como el pueblo judío.
Dios no hizo imposible que sus enemigos maldijeran a Abraham, Isaac, Jacob y sus descendientes, pero sí se aseguró de que nadie pudiera hacerlo con impunidad. Apartir de aquel momento en adelante, nadie jamás ha maldecido al pueblo judío sin traer sobre sí una maldición mucho peor: la del Dios todopoderoso. En lenguaje contemporáneo, la actitud que provoca esta maldición de Dios se resume en una sola palabra: antisemitismo.









Tanto en el ámbito social como en el político, el antisemitismo es una de las fuerzas más poderosas que obran en nuestro mundo contemporáneo. Pero en última instancia eso implica un desastre para todos aquellos que se dejan controlar por él.
Por desgracia, a lo largo de muchos siglos, la que se dice Iglesia cristiana con frecuencia ha sido culpable de propagar un flagrante antisemitismo. No obstante, la Iglesia le debe toda esa bendición espiritual que reclama para sí, a quienes han sido su víctima: el pueblo judío. Sin los judíos, la Iglesia no hubiera tenido apóstoles, ni Biblia ni Salvador.
He aquí una razón principal de la presente condición tibia e impotente de gran parte de la cristiandad -sobre todo en Europa y en el Medio Oriente, donde el antisemitismo está profundamente arraigado-. La solución es reconocer abiertamente que el antisemitismo es un pecado, y a continuación, arrepentirse y renunciar a éste. Esto dará como resultado un profundo cambio interior de los sentimientos hacia el pueblo judío, y un reconocimiento de las inconmensurables bendiciones que la Iglesia cristiana ha recibido de él.
Sobre este fundamento, podemos entonces implorar a Dios que quite la tenebrosa sombra de la maldición que en la actualidad cubre la mayor parte de la Iglesia, y la cambie por su bendición. 


  Fuente: Maldicion o bendicion, de Derek Prince. Video: youtube.

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